Cuenta la historia que en los tiempos de las guerras de Independencia, las fuerzas portuguesas con base en el sur de Brasil, atravesaron la mesopotamia argentina con el objetivo de socorrer al entonces virrey de las Provincia Unidas del Río de la Plata, sitiado en Montevideo por fuerzas las revolucionarias.
Durante éste avance, los portugueses perpetraron sangrientos saqueos a muchas de las aldeas en su camino. Desesperados, los pobladores mesopotámicos huyeron llevándose con ellos todas sus pertenencias, entre ellas, los tesoros de sus Iglesias que incluían cantidades colosales de oro y plata.
Una de las rutas de escape que utilizaron fue la de los Esteros del Iberá. Pero el terreno pantanoso cobró su peaje, y lo que había comenzado como un éxodo desesperado, terminó siendo una trampa mortal.
Los carros repletos de oro junto con sus dueños se hundieron para siempre en las aguas de la laguna. Desde entonces los lugareños aseguran en voz baja, haber visto los resplandores del oro perdido. Sin embargo, nadie hasta ahora se atrevió a buscarlo. Dicen que las aguas merecen su respeto, y que los espíritus de los hombres y mujeres tragados por los esteros se encarnan en su fauna y esperan hambrientos a quien lo intente.