Johana habla poco. Es de esas personas que se comunican con la mirada. Se acerca despacio, como observando toda la situación que se le presenta. Sale de uno de los laterales de la casa a pocos metros de donde estamos sentados hablando con Ángela, su mamá. Entiendo por la manera en la que se mueve que no está acostumbrada a que haya extraños en su casa. No sé cuántas interacciones tendrá con personas ajenas a su círculo íntimo. A pesar de su evidente timidez, sonríe. Le devuelvo el gesto y me levanto de la silla para saludarla. Nos damos dos besos. En Corrientes los saludos son dobles, uno de cada lado.
Leonor marca el ritmo de la interacción. La confianza entre ellas es el factor clave que hace que nuestro encuentro sea armónico. Johana es la primera de las hijas de Ángela en salir de la casa. Ángela nos cuenta que es la mayor todavía viviendo con ella. Le preguntamos cuántos años tiene. No sé porqué insistimos con los años. Vuelve a decirnos que no está segura, pero que probablemente alrededor de 27. Johana presencia la conversación con su sonrisa. Ángela nos cuenta que Johana nació cuando todavía vivían en la isla, lejos de las personas como nosotros y de los calendarios. Mis ojos se van a los de Johana. Todavía mira al piso. Tiene puesto un sweater rojo impoluto, una pollera hasta los tobillos y un par de ojotas. Las solapas del cuello de la camisa blanca impecable que lleva abajo sobresalen por sobre el sweater. También lleva el pelo atado en una cola.
Johana no va al taller, a pesar de la insistencia de Leonor y de Ángela. Pero de todas formas, es una artesana pura. Su mamá le pide que nos muestre la pieza en la que está trabajando. Puedo percibir cómo se le ilumina la cara. Está orgullosa y se le nota. Sale corriendo como si fuera una chica yendo a jugar. Pienso en las edades. Deberían ser relativas. Hay momentos en los que tenemos nuestra edad, y otros en los que tenemos la que nuestros gestos denotan. En ese preciso momento Johana tiene 7, 8 ,9, ¿qué importa?. Atraviesa a toda velocidad el patio, se interna entre unos árboles y dejo de verla por unos segundos. Cuando vuelve trae su arte en la mano. Es una panera. Me la da sin mediar palabra. Todavía no está terminada. La agarro con mis manos y la analizo. No logro entender cómo hace para confeccionarla. Sin lugar a dudas es un arte, es un talento ancestral que me impresiona. Le pido que me muestre cómo cose el espartillo. La miro con admiración mientras lo hace una naturalidad innata.
Johana me dice algunas palabras. Mientras tanto miro sus manos moverse. De a poco se acercan sus hermanas. Nos reunimos en círculo alrededor de la mesa para ver su trabajo. En el aire se siente una calidez particular, como cuando todo está bien.